PRÓLOGO
El ruido de fuertes pisadas hizo que Ángel abriera sus ojos. Todo estaba oscuro. En el horizonte, la línea divisoria entre un cielo cubierto y un mar tranquilo, más el apacible sonido del romper de unas olas, indicaron al patrón de barco que se hallaba en una playa. Las nubes cenicientas circundado el haz de la luna, apenas permitían iluminar la cala donde se encontraba.
Volvió a escuchar pasos acercándose. El movimiento de hojas llevó su atención a su izquierda, donde un grupo de palmeras y maleza dispuesto de manera circular, daba el aspecto de un pequeño oasis en mitad de la arena fría sobre la que estaba sentado. Varias hojas de un arbusto se zarandearon con rapidez, de esa forma tan particular que no dejaba lugar a dudas de que alguien o algo se escondía tras la hojarasca.
Oyó un gruñido y se estremeció. Cuando ya había puesto sus manos sobre la arena para levantarse y hacer frente a lo que hubiese tras los matorrales, de entre ellos salió un lobo. El brillo opaco de sus ojos lo miraba fijamente, el porte señorial que mostraba su pelaje negro lo hacía aún más intimidante.
Ángel tragó duro. Su corazón repiqueteaba en su pecho, pero decidió permanecer en su posición, sentado y totalmente quieto.
El lobo fue acercándose sin dejar de observarlo a cada paso que daba. Los dedos del patrón de barco se hundieron en la arena, recogiéndola en sus puños con la firme intención de arrojársela al animal si decidía atacarlo. Escuchaba la respiración ronca del lobo y la suya propia acelerada.
El cánido emitió un pequeño gruñido, avanzando los metros que los separaban hasta quedarse junto a sus pies. En el mismo momento en que Ángel ahogó un grito, el lobo bajó su cabeza y comenzó a olerlo. Los pantalones cortos del uniforme de verano de patrón de barco ayudaron a que el hocico le hiciera cosquillas a lo largo de su pierna. No pudo evitar soltar una pequeña risa, distrayéndose y no dándose cuenta de que el morro ya había llegado a escasos centímetros de su rostro.
Un sudor frío lo recorrió cuando se percató de la cercanía de la mandíbula, y un miedo atroz se hizo cargo de sus músculos al observar la quijada abrirse. Solo fue capaz de ver el destello de unos caninos alargados antes de que una lengua rasposa le lamiera la mejilla por completo. Casi sin pensarlo, dejó el puñado de arena que tenía enclaustrada en su mano y la llevó al lomo del animal, quien correspondió a la caricia con más lametones.
Pasos volvieron a oírse y Ángel giró su cabeza al pequeño oasis de nuevo. La silueta de un hombre se discernía entre la oscuridad. Lo vio avanzar. Una casaca larga y pesada ondulaba tras él mientras los alcanzaba. Cuando llegó junto a ellos, chasqueó sus dedos y el lobo se separó de Ángel, sentándose a los pies del hombre.
El patrón de barco levantó su rosto. La altura y robustez del cuerpo que se erguía frente a él lo acobardaron. Una densa melena negra caía por los hombros, unos ojos celestes lo miraban sin pestañear. El hombre metió la mano dentro de la casaca y Ángel rogó por su vida al creer que sacaría un instrumento con el que le daría muerte. Pero cuando la mano volvió a aparecer, lo que colgaba de ella no era un arma o cualquier utensilio punzante, sino un reloj de bolsillo.
―Mío fue y tuyo es.
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sanrausell@gmail.com (propietario verificado) –
Es el final perfecto para una historia q ya empezó perfecta. Aunque en realidad es algo más que el final, es el desarrollo de un trama perfectamente presentada en la primera parte y que en este segundo libro nos desvela los resultados de las decisiones que tomaron cada uno de los personajes, incluidos los narradores, esos que pueden parecer ajenos a la historia contada pero no lo son en realidad. Definitivamente, una de las mejores historias de piratas, piratas reales, crueles, sanguinarios, pero sobre todo muy calientes. Hay que leerlo!!!