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[/ezcol_1third_end][/fusion_tab][fusion_tab title=”Fragmento del Libro” icon=”fa-book”]Capítulo 1
El sonido vibrante de la música retumbaba en las paredes y el suelo de aquel enorme sótano, el beat sincronizándose con los latidos agitados de cientos de corazones. Las luces de colores brillaban de manera estrambótica rompiendo la oscuridad con sus vibrantes tonalidades. El aroma a tabaco, alcohol, sudor y algo más se mezclaba en el ambiente metiéndose bajo la piel.
El calor de la bebida resbalaba por la garganta de Marcus Graycastel mientras el cuerpo cálido de su acompañante se mantenía, cerca, justo a su lado izquierdo. Tan cerca de él que podría parecer que eran una sola persona, simplemente con las espaldas apoyadas contra un muro en una posición relajada sin intenciones de impresionar o ligar a nadie más, disfrutando de cómo sus sentidos se perdían uno a uno.
Absenta.
Ese era el nombre del lugar. En ese antro se celebraban las mejores fiestas y no cualquiera podía entrar. Engancharse al chico correcto quien tuviera la invitación y la oportunidad de llevarlo a aquel sitio, no fue fácil pero Mark lo había conseguido y ahí estaban. Disfrutando del mejor lugar para divertirse en toda la ciudad; la mejor bebida y música, el más atractivo joven le acompañaba, pero aun así todo era demasiado normal… tal vez, se había hecho demasiadas expectativas. Idealizando sin siquiera conocer el Absenta.
—… ¿Estás escuchándome?
La voz de su acompañante le hizo salir de su ensoñación, apartando el vaso de cristal de sus labios para enfocar toda su atención en el otro chico ¿Cómo se llamaba? ¡Ah sí! Dominik. No había puesto atención a nada de lo que decía pero tampoco podía escuchar muy bien con todo el ruido que había en el interior del antro. Apretó suavemente sus labios mientras sus dedos se aferraban al cristal transparente y frío.
—Lo lamento. Es que la música está muy alta. —Estaba casi gritando, no era del todo una mentira pero sí, una pobre excusa.
—Ese es el punto del Absenta. —Esta vez, la voz fue Dominik fue casi un grito en su oído. Riendo suavemente, su aliento tibio acariciándole los sentidos.
—Supongo que sí. Después de todo es un lugar para divertirse y desinhibirse.
—Eres peculiar… —puntualizó su acompañante, la respuesta de Mark fue solo encogerse de hombros mientras sonreía.
Dominik se alejó un poco de él, apenas un par de sus amigos entraron al lugar. No, no era correcto que los vieran juntos. Iba a arruinar su imagen de chico malo. Este chico, Dominik, al que apenas estaba conociendo se encontraba profundamente enterrado en el más grande y oscuro closet. No lo entendía. Nunca tuvo la necesidad de decirles a todos su orientación sexual pero tampoco la ocultó. Aún tenía las cicatrices que le provocó la aparición de su primer novio. Imaginó que debía ser sofocante vivir de esa forma, ocultando una parte de ti a todos. Se compadecía un poco de su cita, sabía que ellos solo estaban probando esa relación clandestina. Ambos querían saber si podía funcionar, y hasta ahora obtenían pocos resultados.
Un suspiró abandonó los labios de Mark mientras sus ojos vagaron hasta la pista de baile, y ahí, en medio del montón de cuerpos que se movían al ritmo de la música, se encontraba la más bella criatura que alguna vez pudiera haber imaginado. Contuvo el aliento mientras la esbelta figura se movía, agitando su anatomía al ritmo de la vibrante melodía electrónica. Ella era toda una aparición. Una belleza irresistible pero al mismo tiempo peligrosa. Lo sabía, lo sabía porque lo podía sentir en los huesos y aun así la deseaba.
Algunas gotas de sudor cual perlas, caían por la piel bronceada casi dorada de aquella desconocida. Su espesa cabellera castaña oscura llegaba hasta su cintura, el cuerpo se revelaba como una silueta robusta, con curvas pronunciadas, firme. Ella simplemente quitaba el aliento. Lo que llamó su atención fue aquella capucha roja sobre su anatomía, ¿acaso era un disfraz?
Sus ojos seguían de manera absorta cada uno de los movimientos de la fémina hasta que ella giró su rostro, clavando sus orbes grises en él. Tenía un gesto de sorpresa en sus facciones. Casi como si hubieran descubierto uno de sus secretos. Solo había querido admirarla pero la había hecho entrar en pánico o eso parecía.
La mujer subió su capucha. La tela tan roja y oscura como la sangre. Se apresuró a salir de la pista de baile, dando unos cuantos empujones a las personas que se interponían en su camino. Estaba corriendo hacia la salida, subiendo las escaleras con rapidez, saliendo del sótano donde se encontraba el Absenta.
Tenía a su propio acompañante pero la curiosidad y un impulso desconocido obligaron a Mark a apartarse del muro y seguir a la joven de la capa roja aun contra toda su lógica o sentido común. Empujó la puerta de la planta baja del edificio abandonado, saliendo al exterior, buscando con su mirada a la chica. Por el rabillo del ojo logró captar la suave tela carmesí ondeando con el viento, se giró bruscamente solo para verla dar vuelta en una esquina a unos cuantos metros. Comenzó a correr para alcanzarla, dando vuelta de una manera abrupta.
Ella pareció darse cuenta de que la estaba siguiendo. Él tenía la firme convicción de que la joven de la capa podría huir con facilidad pero no lo hacía, simplemente apresuraba sus pasos, eludiéndolo y escapando casi de entre sus dedos.
No tenía sentido. Era como un juego del gato y el ratón. En determinado momento la mujer comenzó a correr por la calle desierta.
—Mierda, no.
Mark obligó a sus piernas a iniciar una carrera, intentando alcanzarla pero ella era tan malditamente rápida que le costaba creerlo. Sentía la ligera brisa nocturna golpeando su cara, respirando agitadamente debido a lo pésima que era su condición física. Hizo la nota mental de hacer más ejercicio. Intempestivamente, la joven de capa dio vuelta en otra esquina, entrando a un callejón. Por fin, era suya.
En el momento que dio vuelta, entrando en el callejón fue cuando se detuvo de golpe. Jadeando. Pensó en encontrar a la mujer con la espalda pegada a uno de los mugrientos muros de concreto pero eso no sucedió. Como por arte de magia el estrecho pasaje estaba vacío. Ella no podía simplemente haberse esfumado. Algo no estaba bien. ¿Siquiera había sido real? Sí, tenía que haberlo sido. Él no era ningún loco, era una persona cuerda y perfectamente normal así que no había forma de que esa mujer solo hubiera sido producto de su imaginación. Avanzó algunos pasos más hacia el interior del callejón.
—Aun no estoy en locolandia.
—Pero estás muy cerca de ella, al intentar seguirme.
La voz que llegó hasta sus oídos era suave, algo rasposa con un acento que le daba una especie de cadencia musical a las palabras. No era ningún acento que conociera.
Su padre siempre le había dicho que la curiosidad le iba a meter en muchos problemas, que meter las narices donde no debía lo iba a matar. Esas fueron sus últimas y sabías palabras antes de echarlo de la casa cuando descubrió que el hijo de perra que lo había torturado por años y se hacía llamar su padre, tenía un laboratorio casero de drogas en la pequeña vivienda donde apenas mal vivían. A pesar de esas duras palabras, su curiosidad siempre ganaba a su sentido común, como en ese instante.
No dudó en dar la media vuelta para enfrentar a la mujer. En cuanto la vio de cerca, se dio cuenta que su belleza era aún más impresionante. Irreal, pero su instinto le dijo que había algo malo en ella, una especie de maldad intrínseca y que debía huir. Lástima que la joven con la curiosa capa roja, le impidiera salir corriendo del callejón.
—¿Vas a casa de la abuelita, caperuza roja? —Bromeó, intentando aligerar el pesado ambiente que de pronto los había envuelto. Ella no sonrió. Simplemente lo miraba con sus enormes ojos grises. La chica se acercó, comenzando a caminar alrededor de él. Rodeándolo, inspeccionando a la presa, como si en verdad fuera una cazadora. No le gustaba ser el conejo asustado pero por más que le pedía a sus piernas moverse, estas se negaban.
—Puedo oler la sangre en ti… —hizo una pausa, aspirando profundamente el aroma de su nuca— y la tierra mojada del bosque… —murmuró en su oído. Podía sentir los labios acariciando su oreja. El contacto erizó los vellos de su cuerpo. Todas las alarmas de su interior se dispararon, gritándole que se marchara. Su respiración se volvió profunda. —El aroma a muerte está impregnado en tu piel. —Sintió la respiración tibia que acariciaba su nuca. El vello que cubría la zona se erizó, mandando un escalofrío desde la piel hasta la medula de sus huesos. Una advertencia. —Tienes el olor de los bosques, los espacios abiertos. Estás buscando la libertad. En el fondo eres tan parecido a mí… encajas a la perfección para ser uno de nosotros. —La mujer mordió su oreja con fuerza. “Por Dios, ¿qué era esa cosa tan afilada como una navaja? ¿Eran sus dientes?” pensó completamente entregado al pánico. Cualquiera que fuera la situación, Mark no planeaba quedarse a averiguar quién o qué era esa fémina.
Se apartó bruscamente de la extraña mujer, echando a correr hacia la salida del callejón pero no supo de qué manera, en un parpadeo, ella estaba frente a él. Terminó chocando contra el cuerpo de la joven de quien intentaba huir, cayendo al suelo sobre sus nalgas. Sus ojos se abrieron con una mezcla de sorpresa y horror —Estos dientes son para comerte mejor… —Su sonrisa se ensanchó, sus caninos eran largos, afilados, sus uñas habían crecido varios centímetros. Eran de un intenso negro. Garras. Ella tenía garras.[/fusion_tab][fusion_tab title=”Booktrailer” icon=”fa-youtube”][youtube id=”AAu5chOXO1U” width=”665″ height=”400″ autoplay=”no” api_params=”” class=””][/fusion_tab][/fusion_tabs][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]
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