Prólogo
Seis años atrás
Bruno caminó con pasos lentos y entró en la sala de la casa de acogida para enfermos terminales de SIDA, donde Darío estaba internado.
Sentía su cuerpo cansado, pesado. Tal vez por el largo viaje desde La Serena hasta Puerto Montt o tal vez por el dolor que arrastraba desde que había visto a Gabriel.
Caminó directamente hasta la cama de Darío. Su amigo se veía muy mal, estaba delgadísimo, conectado a sondas, cables y al oxígeno debido a una reciente neumonía.
—Hola, cariño —dijo Darío con voz débil cuando lo vio.
—Hola —dijo Bruno tomando su mano y dándole un beso en el dorso.
Sabía que ese era un gesto que Darío apreciaba. Cuando recién se habían enterado de que Darío era portador de VIH, su amigo le había prohibido volver a tocarlo, no quería ni siquiera que cogiera su mano. Bruno había tenido que gritarle y regañarlo como si fuera un niño, para que entendiera que no lo contagiaría de esa forma.
—¿Cómo te fue? —le preguntó su amigo, enseguida.
—Mejor de lo que esperaba.
—¿Está todo bien con tus padres entonces?
—Sí, Oscar y mis padres me recibieron como si nada hubiera pasado.
—¿Les dijiste lo del virus? —preguntó.
—Solo se lo dije a Oscar, prefiero saber con seguridad si estoy contagiado o no para decírselo a mi mamá, no quiero preocuparla demás, ya ha tenido bastante con todo lo que la he hecho pasar.
—¿Cómo lo tomó Oscar?
—Me dijo que podía contar con él, pasara lo que pasara.
—Eres muy afortunado —dijo con un dejo de tristeza en la voz.
Bruno sabía que Darío estaba pensando en su situación. Cuando Darío había llamado a su mamá para contarle que estaba enfermo, ésta le había dado la espalda. Y para qué hablar de los amigotes, en el tiempo que Darío llevaba hospitalizado, nadie aparte de él lo había visitado.
Ahora se daba cuenta de que todos sus amigos verdaderos habían estado con él para tratar de sacarlo de las drogas, y él los había alejado. En cambio sus amigotes de farra solo habían estado en los momentos de diversión; pero cuando las cosas se habían puesto serias, habían huido tan rápido como podían.
Así que solo estaban ellos dos nuevamente, como cuando recién se conocieron. Aunque ahora ambos estaban sobrios y ya no había diversión.
—¿Pudiste ver a Gabriel? —preguntó Darío de improviso.
—Ya no vive en Santiago, volvió a La Serena… Oscar me dijo que está viviendo con Nelson, ellos están juntos ahora —dijo, sin poder evitar la tristeza en su voz.
—¿Nelson? ¡Qué mal gusto! Nunca me gustó ese tipo, es demasiado… no sé… pomposo, serio.
Bruno medio sonrió recordando a Nelson, a él tampoco nunca le había gustado, y ahora entendía que tenía razón al sentir celos, obviamente Nelson debía haberle puesto el ojo a Gabriel hace mucho tiempo y Bruno solo le había hecho las cosas fáciles.
—Lo siento, cariño. Sé cuanto deseabas verlo —le dijo Darío, apretando cariñosamente su mano.
Bruno no fue capaz de decirle que lo había visto de lejos y que Gabriel era feliz sin él. Esa era una herida demasiado reciente, si lo decía en voz alta se pondría a llorar y nadie podría calmarlo.
—Ya no importa, la vida sigue —dijo sin pensar y Darío soltó una fuerte carcajada.
—Mira a tu alrededor, Bruno, al menos para ti sigue.
Ambos sabían que Darío no se recuperaría. Su conteo viral era cada vez más alto, lo que hacía que las infecciones lo atacaran constantemente.
—Aún no sé si mi vida seguirá —dijo bajando el rostro.
—Lo hará, confía en mí, vivirás muchos años y tal vez más adelante, cuando Gabriel se canse del idiota de Nelson, tengas la posibilidad de recuperarlo.
Bruno sonrió con tristeza y besó la mano de su amigo.
—Te amo, Darío —dijo sin mentir.
—Y yo a ti, Bruno.
Después de tantos años y aventuras juntos sabía que no estaba enamorado de Darío, pero lo amaba. Como su amigo, como su amante y como su compañero de andanzas. Nadie nunca podría conocerlo mejor que Darío, tal vez ni siquiera Gabriel.
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